El hombre atravesó desiertos, bosques,
montañas y ríos, caminó por ciudades y ruinas. Se trataba de un hombre de fe y
cumplía una misión. Dios al ver la fidelidad y amor de este hombre le envío un
ángel.
-Vulnerable
hombre –dijo el ángel que lo encontró en yermas tierras lejos de la
civilización -, me ha enviado el Señor para entregarte un mensaje que es una
bendición y un obsequio apaciguador al mismo tiempo. He aquí: “Os doy el poder
de pisar serpientes y escorpiones, de combatir la oscuridad y que nada os pueda
dañar”.
Entregado el mensaje el ángel desapareció como
un rayo de luz.
El hombre
continuó recorriendo el mundo soportando la carga de su misión. Un día recorría
un sendero por la selva y se detuvo. Una enorme serpiente colorada obstruía el
camino y lo miraba amenazante. El hombre decidió evadirla y volvió sobre sus
pasos para tomar otro camino.
Luego de
muchos años el hombre ya era un anciano y aun recorría el mundo cargando el
peso de su misión, y lo hacía aun con alegría. Un día volvió aparecer el ángel.
-Hombre me
has defraudado –dijo -, esta vez no me envía Dios pero poseo su beneplácito.
Aquella vez en la selva ¿por qué no pisaste a la serpiente? ¿Acaso el miedo o
la falta de fe, que son lo mismo, te persuadieron? ¿Acaso no te di en nombre de
Dios el poder para hacer frente a esos peligros?
El anciano le sonrió con humildad y tierno amor.
-Mi ángel
–le dijo -, tener el poder no me da derecho a usarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario